Esta semana, la comisión parlamentaria que investiga el paro nacional recibió a las víctimas de la Conaie. Estos son sus testimonios.
Los derechos humanos protegen a los ciudadanos de los abusos del Estado. No al revés. Si un policía golpea sin motivo a un manifestante que no ofrece resistencia, es un caso de derechos humanos; si un manifestante hiere a un policía, es un delito penal. Por eso la Defensoría del Pueblo, cuyo mandato es la tutela de derechos, no registra en sus informes los casos de violencia ejercida contra la fuerza pública durante el paro nacional: dice que no es de su competencia.
Pero no siempre las cosas son tan claras. Los secuestros perpetrados por el movimiento indígena merecen, cuando menos, el beneficio del debate. En todos los casos, una muchedumbre retuvo a un grupo de personas contra su voluntad y les infligió toda clase de maltratos y vejaciones. Lo hizo en aplicación de un decreto de la Conaie que establecía el “estado de excepción” en los territorios indígenas y prescribía la pena de “retención” a quienes ingresaran en ellos. La Conaie creó un Estado dentro del Estado y le impuso su propia ley. ¿Es legítimo? ¿No es este un caso flagrante de violación de los derechos humanos?
Freddy Carrión, defensor del pueblo, estuvo presente en el teatro Ágora de la Casa de la Cultura cuando uno de estos secuestros grupales tuvo lugar. Sin embargo, el informe que ese organismo presentó en la Asamblea, omite toda referencia al tema.
Esta página recoge los testimonios de cuatro víctimas. Insumos para un debate que el país no quiere afrontar: el de la violencia de los movimientos sociales.
Policía María José Baque: “dije que estaba embarazada, no les importó”
«Señores asambleístas, sabrán disculparme las lágrimas pero es doloroso recordar lo que nos sucedió en el distrito Calderón. El día 12 de octubre fuimos emboscados por casi 300 o 600 personas que nos obligaron a caminar desde el kilómetro cero hasta el estadio de Calderón. En el trayecto fuimos agredidos con piedras, con palos, palabras soeces, gritándonos asesinos, que nos iban a matar, que nos iban a quemar, que no merecíamos vivir.
»Yo era la única mujer secuestrada junto con 53 compañeros. Al momento de despojarnos de nuestras prendas policiales fui manoseada. Con pretexto de seguir buscando si tenía el celular, seguían tocando mi cuerpo. En la desesperación se me ocurrió decir que estaba embarazada, pensando que les iba a calmar un poco, pero no les importó, siguieron maltratándonos con palos, con piedras.
»Nos llevaron al camerino. Nuevamente fui manoseada por otro grupo de personas. Nos dejaron ahí varios minutos. Luego nos sacaron en grupos de cinco, en fila india. Decían “matemos al comandante”. Solicitaban quince personas para hacer el cambio con los supuestos quince fallecidos. En todo momento nos gritaban palabras soeces. Llegamos a la iglesia, ingresé toda golpeada. La gente que trabaja con el párroco me cambió de ropa y las mujeres indígenas, la gente que se encontraba afuera pedían que me saquen para seguirme agrediendo. Alrededor de las siete y media de la noche, gracias a Dios llegaron nuestros compañeros a rescatarnos. Esto ha marcado mi vida.»
Freddy Paredes: “Perdí el conocimiento y me desplomé”
«El día 10 de octubre acudí una convocatoria formal de la Conaie para una rueda de prensa en el Ágora de la Casa de la Cultura. Desde el primer instante los periodistas fuimos objeto de coerción, de presión psicológica, aunque también hubo varios intentos de agresión física por parte de los indígenas, al menos en mi contra. Trabajamos bajo presión con la exigencia de transmitir en vivo y en directo las proclamas políticas del señor Jaime Vargas y el señor Leonidas Iza. Nosotros teníamos una limitación tecnológica que nos impedía transmitir en vivo, y los indígenas que monitoreaban en sus pantallas nos acusaban y decían: “Teleamazonas no está al aire”. Y yo era el blanco de esas presiones.
»¿Fui secuestrado? Sí, fui secuestrado al igual que el resto de colegas periodistas. Un secuestro se entiende como el poder de limitar la libre movilidad de una persona mediante la fuerza, la coerción. Y eso fue lo que pasó en el Ágora. En un afán de humillar, primero a los policías secuestrados, que eran siete, descalzos, desarmados, de uno en uno les hicieron pasar, tomar el micrófono y decir que no estaban secuestrados, que estaban ahí por propia voluntad. Estamos hablando de un teatro lleno de 3 mil o 4 mil personas. Luego pasaron con los periodistas.
»Cuando me tocó el turno a mí dije que sí, que vine por mi voluntad, que he realizado la cobertura periodística y quiero irme en este momento para procesar la información. Así que para demostrar que no estoy aquí retenido, les pido por favor que me permitan abandonar el Ágora. La respuesta fue un coro generalizado de “Nooo”. Era imposible.
»Frente al hostigamiento permanente, sentí que mi integridad y la de mi equipo estaban en riesgo. En un momento que pude abordar al señor Jaime Vargas le pedí que me dejara salir. Él accedió, le pedí que garantizara mi seguridad y me dijo: “Te voy a mandar con dos guardias comunitarios”. Se sumó un funcionario de la Defensoría del Pueblo, que estaba acompañando al Defensor del Pueblo que estaba ahí. Yo pedí salir por la parte posterior del teatro, donde había menos gente y Vargas se negó: “por el frente”, me dijo. Corrí el riesgo porque no tenía opción. Cada minuto que pasaba sentía mayor inseguridad, de manera que salimos. Uno de los guardias comunitarios desapareció, me quedé sólo con uno y con el funcionario de la Defensoría.
»Salimos hacia donde estaba el vehículo del canal. En ese trayecto fui objeto de todo tipo de agresión verbal, psicológica, física… En la avenida Patria fui objeto de una emboscada, entre cinco o seis personas me atacaron, alguien me quiso golpear en la cara, me puso el pie, caí al piso… Este mismo sujeto que quiso golpearme, me agredió cobardemente por la espalda, con una piedra, a corta distancia y con gran fuerza. La consecuencia fue la rotura de mi cabeza en la parte occipital, tengo ocho puntos en la cabeza. Yo perdí el conocimiento, me desplomé y eso produjo una lesión adicional: la rotura de los ligamentos de la clavícula derecha. Sé que el autor de la agresión está enrolado con el Consejo Nacional Electoral, vinculado de alguna manera a la vocal Esthela Acero, del movimiento indígena.
»El asambleísta Jaime Olivo (de Pachakutik) ha implicado que si salí de la Casa de la Cultura ya no es responsabilidad del movimiento indígena. Pues no, señor, sí lo es. Los indígenas eran quienes me agredían, me vejaban, me lanzaban botellas con agua, todos los que estaban dentro y fuera del Ágora eran indígenas. No puedo asegurar que el señor que me agredió con intención de asesinarme forme parte del sector indígena pero lo hizo al amparo, a vista y paciencia de personas que forman parte del movimiento indígena y que también me agredieron, me insultaron, me vejaron e intentaron golpearme.»
Coronel Enrique Bautista: “Nos tiraron combustible, iban a quemarnos”
«Soy el comandante de Policía del distrito Calderón. El día 12 de octubre me encontraba con mi equipo de trabajo, 54 policías, en el kilómetro cero, cuando fuimos emboscados por aproximadamente 3 mil manifestantes. Nos obligaron a caminar hasta el estadio de la liga de Calderón, donde los manifestantes entraron violentamente y nos obligaron a despojarnos de nuestras prendas policiales. Nos decían que habíamos asesinado a 15 señores indígenas y querían la cabeza de 15 policías. Nos lanzaron gasolina. Pedían la cabeza del comandante, mi cabeza.
»Hubo forcejeos porque no se ponían de acuerdo entre un grupo de indígenas y otro grupo que era de unos vándalos, y al final nos llevaron a los camerinos. Ahí nos obligaron a sacarnos los zapatos. Nos quitaron todo. Querían lincharnos, decían que querían nuestra sangre por la sangre indígena.
»Nos dividieron en grupos de a cinco policías y nos llevaron en fila india hasta la iglesia de Calderón mientras nos daban de puñetes, de patadas, de pedradas, nos tiraban con puntas, nos tiraron combustible, iban a quemarnos. Recordar me hace revivir estos hechos, ruego me disculpen si se quiebra mi voz. Soy un policía de 29 años de servicio.
»Llegamos con todos mis policías heridos a la iglesia. La muchedumbre nos quería quemar, quería romper las puertas de la iglesia. Nosotros, después de la requisa, teníamos tres celulares que ellos no se dieron cuenta y desde ahí comunicábamos que nos vengan a rescatar. Nos rescataron como a las siete de la noche con personal policial y nos llevaron a atención médica. Pudieron constatar que tengo fisuras en la nariz, golpes y hematomas en el cuerpo y me pusieron dos placas en el ojo derecho. Gracias a Dios no perdí el ojo, pero tengo dos placas en la órbita del ojo, una en la parte anterior y otra en la parte de atrás.
»La mujer que estaba con nosotros fue manoseada. Ella, para tratar de salvarse, dijo que estaba embarazada. No les importó. Le pegaron en la barriga y le manosearon. Cuando estábamos en la iglesia nos amenazaban con que querían ponernos como un trofeo en la puerta de la iglesia, amarrados y esposados, para que todo el mundo nos vea.»
Sargento Amparo Segovia: “a las mujeres nos manoseaban”
«He venido a contarles lo que pasó en el cantón Pujilí. Me encontraba trabajando en el UPC de ese cantón el día 10 de octubre, con el señor jefe de operaciones del distrito Danzante, el mayor Wilfrido Salguero. A eso de las 17:00 nos sorprendió una turba de manifestantes, alrededor de dos mil, de etnia indígena, que ingresaron en el UPC y nos sacaron por las paredes. A mí me sacaron por la parte posterior con una compañera más y el mayor Merizalde, agrediéndonos con palos y piedras. Incluso nos manosearon y nos llevaron a la plaza Sucre. Nos llevaron como trofeos, diciendo que nos iban a matar, que nos iban a quemar, con palabras soeces, golpeándonos con palos. En la plaza se encontraban el mayor Salguero con otros compañeros y tres personas de civil, 12 personas en total en el centro de la plaza.
»Nos despojaron de nuestras prendas y a las mujeres nos manoseaban, indicando que nos querían violar. Nos empezaron a tocar los senos, a tocar las partes íntimas. Con fajas nos amarraron las manos, nos vendaron los ojos y nos llevaron por la plaza, pateándonos, pegándonos con palos, con piedras. Nos subieron a un camión, a mí me botaron ahí y me patearon, tengo dañado mi hombro izquierdo. Yo me encontraba con los ojos vendados y me amarraron con una soga y me laceraron las córneas. Cuando llegamos nos seguían agrediendo y nos seguían manoseando y amenazando con violarnos, diciendo que se estaba muriendo la gente indígena en Quito y que nos iban a hacer lo mismo.
»Nos llevaron a una habitación donde pasamos cinco días. Por las noches, llegaban de otras comunidades con la intención de secuestrarnos. El maltrato fue todos los días. Y todos los días nos decían que nos iban a quemar, que nos iban a matar, que nos iban a ajusticiar…»
Fuente: Expreso