Johan David Castillo López, alias Ito, fue el sicario colombiano de 18 años que atentó el nueve de agosto, junto a otros cuatro pistoleros, contra el candidato presidencial ecuatoriano, Fernando Villavicencio. En un vídeo se ve a Villavicencio subir a su camioneta después de un mitin, rodeado de sus escoltas. En una fracción de segundo, frente al vehículo, aparece Ito como una sombra, vestido con un pantalón vaquero, una camiseta blanca ancha y una gorra en la cabeza. Nadie repara en él hasta que saca un arma y empieza a disparar. Ito emprende la huida por mitad de la carretera hasta que recibe un tiro de un escolta del político. Cae y a los pocos segundos llega un policía que comienza a patearlo para quitarle el arma. Ito trata de levantarse y correr, pero se desploma otra vez. Está herido de gravedad. Otro agente lo coge de los brazos y se lo lleva hasta la acera.
A partir de aquí hay diferentes versiones. En una, el sicario recibe dos disparos y una multitud de gente, que acaba de entender lo que ha ocurrido después de unos instantes de confusión, lo golpea hasta dejarlo al borde de la muerte. En otra, según explicaron las autoridades, Ito recibe nueve disparos que lo dejan seco allí mismo. En cualquier caso, cinco minutos antes había acabado el trabajo que le había hecho viajar por carretera de Colombia a Ecuador.
En el barrio donde vivía ‘Ito’, las dinámicas son complejas, ya que no hay oportunidades para los más jóvenes. De hecho, es uno de los barrios con mayor número de gatilleros o sicarios. Cuentan la leyenda de un joven que asesinó a 32 personas. Su comportamiento -cuenta un líder barrial- se desató porque fue abusado de niño; ya de grande solo quería ver el mundo arder.
¿Cuánto les pagan por matar? En la nota de El País se estima que si es un ‘blanco’ desconocido el monto es de USD 200. Pero si es alguien de renombre, la factura sube a USD 1.000 o 2.000. Sin embargo, en este tipo de misiones hay muy pocos caminos: el uno es caer preso y el otro morir, como ocurrió con ‘Ito’.
Hoy, su cuerpo yace en el Cementerio Central de Cali, en medio de un laberinto de tumbas. Llegó siete días después del magnicidio a Villavicencio. Su lápida no tiene escritura fija; su familia apenas pudo colocar su nombre en un cartón.
Foto cortesía: Primicias