Por: Xavier Lasso
Así lo vi hace pocos días, me pareció distinto, no solo porque su cabeza ha tenido cabello, algunas tempranas canas a pesar de sus 32 años, joven todavía, pero ahora intentado proyectar otra imagen, dejando temporalmente atrás al personaje, intentando reencontrarse con el periodista. No lucía arrogante, como para vanagloriarse de sus premios, sobre todo ese que todavía estaría en disputa, ese que lo ha puesto a competir con el New York Times; no, lucia algo nervioso, pero siempre histriónico, es que esa una de sus aptitudes desarrollada en medio del temprano afán de ser actor.
Boscán hace pausas, sonidos con su boca, para hacernos ver que quizá siempre se siente en casa, en espacios íntimos, con algo de informalidad.
Entonces el Boscán sin la boina, este que 2023 en su agonía nos ha traído, es claramente distinto al otro.
Ese otro, que alardeaba con su colección de cachuchas, también con demostraciones de sus perversas visiones del periodismo. Por llevar algo distinto a su audiencia no importó, muchas veces, agredir al otro, a ese que no se conoce o se mira con prejuicios. El otro no existe, no tiene derecho a existir, es cierto Boscán nunca podría acabar con alguien físicamente, pero después de la humillación, después de la denigración, qué queda. El periodismo de “La posta”, el muy valiente periodismo de ellos, ha hecho gala, en muchos momentos, de mofa. El “cabrón” Iza, el que fue apuntado con dardos, seguramente venenosos, dan fe de esas formas; recaudar fondos para ir a Bélgica y solo traer falsas imágenes de un supuesto caserón, en medio de comportamientos acosadores, hostiles, espectaculares, son negación de los principios de la razón periodística.
Cuando Boscán decidió jugársela y acabar con un gobierno, siempre fue inquietante saber de dónde obtenía tanta información: por qué había decidido minar a un gobierno que él mismo había ayudado tanto a entronizarse: qué había salido mal: qué no le gustó.
Ahora provoca estar a su lado, acompañarlo, solo porque sus yuntas de antes, tan bacanes como él, lo dejarán solo, le darán la espalda, exhibirán las miserias que, en medio del afán desenfrenado de poder, parecerán trapos viejos exponiendo sus hilachas.
Boscán es abogado, periodista también, por supuesto, y da consejos, advierte de potenciales resquicios jurídicos que pueden hacer daño; pide ciertas colaboraciones, no sé de qué índole. Lo malo de lo que aparece en los chats que la fiscalía a mal publicitado, burlándose del mismo COIP, es que Norero, asesinado líder de una banda criminal, es una de sus fuentes, ahora lo sabemos, que le proporcionó mucha de la información que Boscán compartió con su audiencia. Bien, la investigación, dice él, lo puso en un terrible dilema existencial: juntar piecitas que le permitan armar el rompe cabezas del brutal entramado de una corrupción que ha contaminado a buena parte de nuestra sociedad, empezando por el sistema financiero. Pero: ¿Cómo se debe tratar a una fuente así? ¿Haces alarde de ñañería? ¿Te fundes con ella? Son cuestiones que me asaltan, no desde un purismo imposible cuando desciendes a semejante sordidez. Es como se ha dicho siempre: si tratas, como un policía, con semejantes delincuentes te terminarás contaminando.
Dilemas, nada fáciles, sobre todo si tienes una pareja, unas hijas, ahora me he enterado, que ni siquiera al parque pueden ir.
Mucho se ha hablado de la mala hora del periodismo, en casi todo el planeta, que nos debería imponer como tarea la recuperación de principios sustentándose en buenas dosis de humildad, de respeto, de reconocimientos, sobre todo del reconocimiento al otro. El otro no está ahí solo para ser odiado, porque del odio nos pasamos con maldita facilidad a la colección de fobias. El miedo ha acortado nuestras miras y mientras nos encerramos, la vida afuera se repleta de agresiones: a mujeres, a indios, a homosexuales, a negros, a la naturaleza, a pobres, a extranjeros, al de las otras religiones, a pueblos enteros, como el palestino.
Sin embargo, Boscán no se quedará solo porque presiento que, paradoja histórica, enorme, el progresismo tenderá a arroparlo.
Columnista invitado