Por: Ramiro Aguilar Torres
El filósofo Helmuth Plessner decía que: “Cuanto menor es la estima por la política, peor se vuelve”; y afirmaba que: “…su nivel no lo determina la fortuna de un gran individuo, sino también el grado de atención que le dispensan aquellas capas de un pueblo que no tienen un interés directo por ella desde el punto de vista material”. En otras palabras, lo que Plessner plantea es que la política solo puede mejorar si las personas que no se dedican a ella, entienden su significado e importancia.
¿Por qué habría de interesarle la política a personas que materialmente no se dedican a ella?
La respuesta tiene que ver con varios escenarios. La política es el camino al poder; y el poder es la fuerza que permite el dominio de unos seres humanos sobre otros; de forma que la primera razón por la que un individuo debe preocuparse por la política es porque le interesa que el poder que se ejerce sobre él no sea desmedido, violento o infamante. La política es, también, la lógica de la economía, en tal sentido, el individuo debe preocuparse por ella, en la medida en que las decisiones económicas del poder afectan directamente a su calidad de vida. La política tiene que ver directamente con el uso de la fuerza, la economía y el respeto a la dignidad (derechos) del ser humano.
Hay mucha gente que dice: “A mí me gusta la política”; pero si pedimos a esa misma gente que la defina, tendríamos un largo silencio; porque la ciencia política es un sistema de conceptos filosóficos, económicos, jurídicos, sociológicos y antropológicos entrelazados. Un sistema de ideas que es tan potente que contextualiza al individuo, sea consciente de ello o no; le interese directamente la política y participe en ella, o no. La misma persona que afirma que le gusta la política, después del silencio obligado ante su definición, dirá: “…a mí me gusta la praxis, no la teoría. Servir a la gente, interactuar con ella, estar informado de lo que ocurre en el mundo; en suma, a mí me gusta la acción”. Lo que olvida nuestro entusiasta de la política es -como decía el propio Plessner- que “la praxis, para poder tomar sus decisiones, tiene que estar impregnada de manera profunda por la teoría”. Esa ausencia de teoría hace que la política se vuelva vacía, se quede exclusivamente en el placer de dar órdenes y en una gestión no planificada, caótica, clientelar e ineficiente.
La política reducida al chisme, a los programas de opinión dónde el análisis es coyuntural y sesgado. Una política como profesión para ordenar y mantener contentos a los familiares, socios y amigos, es, sin duda, el estatus más elemental de la política, lo que podríamos definir como baja política. Esta baja política: antiética, arrabalera, procaz, es la que se ha convertido en el falso reflejo de la actividad de gobierno en el Ecuador. Muchos burócratas ecuatorianos, por el solo hecho de ejercer, o haber ejercido, un cargo administrativo, ya se definen como “políticos”. No existe periodista que entreviste a un alto cargo del Estado, que no sueñe con estudiar comunicación política y transformarse en consultor político, confundiendo el mercadeo del producto (candidato) o la mera intriga social (sea está judicial, administrativa, académica, etc.) con la alta política que permite detectar los objetivos del desarrollo nacional y planificar las estrategias y acuerdos para llegar a alcanzarlos.
La razón, sumada a su necesidad de organización, ha hecho del ser humano un ser político, un ciudadano; y en cuanto tal, debe estar claro en sus aspiraciones respecto de la gestión pública y privada de la economía de su país; y de las limitaciones que quiere poner a las fuerzas que ejercen poder sobre él. Es importante que el ciudadano sepa cómo interpreta su entorno, para luego escoger, en el arco ideológico y económico, la tendencia por la que se va a decantar. Solamente si se empodera como ente político puede interpelar correctamente a quienes pretender mandar sobre él; y no ser estafado por los bajos políticos.
En estos días empezamos una campaña electoral y vamos a elecciones generales en Ecuador. A partir de ahora, todos los especímenes de la baja política, saldrán en comparsa a ofrecer al votante las cosas más caricaturescas e inverosímiles. Habrá un festival de eslóganes, canciones, etc. Usted verá la feria nacional del marketing electoral. En este artículo le propongo un cambio de actitud individual. Cierre los ojos, no escuche el ruidoso carnaval. Escúchese a sí mismo, dígase sinceramente cuál es su posición en cuanto a la desigualdad, la pobreza, la desnutrición infantil, la deserción escolar. No haga suyo lo que oye en boca de otros. Según eso, hágase responsable de su voto.