El 11 de marzo de 2020, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Ghebreyesus, anunció que el nuevo brote de coronavirus se ha convertido en una pandemia. Ese día, el filósofo italiano Giorgio Agamben publicó “Contagio”, uno de los primeros volúmenes en el que reflexionó sobre las consecuencias éticas y políticas del nuevo momento en que la humanidad comenzaba a vivir.
En el texto, que ahora es parte del libro ‘¿En qué punto estamos?’ La epidemia como política’, publicado a finales del año pasado, Agamben nada a contracorriente. Donde los gobernantes del mundo occidental ven decisiones acertadas, como la de decretar un estado de excepción para proteger la vida de millones de personas, él detecta el final de un paradigma político y la consolidación de uno nuevo.
Para apalancar esta idea, centra sus reflexiones en el concepto de contagio y la figura del contagiado. Sostiene que durante los primeros meses de la crisis sanitaria, el estado de excepción sirvió a muchos gobiernos para convertir a cada persona en un potencial contagiado, así como en el pasado la misma medida sirvió para ver en cada ciudadano a un potencial terrorista.
Asimismo, ahonda en las reflexiones de lo que llama la degeneración de las relaciones humanas.
A este filósofo le inquieta saber cuáles serán las consecuencias de que las universidades y las escuelas se mantengan cerradas y los gobiernos prioricen las clases en línea; que las personas hayan dejado de reunirse para hablar de política y cultura y que esos encuentros hayan sido reemplazados por mensajes digitales; y que las máquinas finalmente estén sustituyendo todo contacto, “todo contagio” entre los seres humanos.
En los siguientes ensayos, ahonda en la idea de cambio de paradigma político. Plantea que, en el contexto de la pandemia, los gobiernos de Occidente han decido abandonar los paradigmas de las democracias burguesas, con sus derechos, sus parlamentos y constituciones, para reemplazarlos por nuevos dispositivos.
En su intento por explicar esta dinámica, vuelve sobre la idea de biopolítica planteada por el filósofo Michel Foucault y añade que lo novedoso de esta teoría es que en un estado de excepción prolongado, la salud se convierte en una obligación jurídica que debe cumplirse a cualquier precio. En este contexto, anuncia que la bioseguridad es el nuevo paradigma de la política en Occidente.
Esta idea no es nueva en su quehacer filosófico. Ante la decadencia progresiva de las ideologías y de las creencias políticas, ya había señalado que la bioseguridad estaba encaminando a que los ciudadanos aceptaran limitaciones a sus libertades que antes no hubiesen permitido.
Con la actual pandemia, sostiene que este nuevo paradigma supera con creces el de todas las formas de gobierno que la historia de Occidente ha conocido hasta hoy. “El discurso de la bioseguridad está mostrando su capacidad de presentar el cese absoluto de toda actividad política y de toda relación social como la máxima forma de participación cívica”.
Argumenta que uno de los cambios más radicales en este contexto es el de la noción de ciudadanía. En un mundo en el que la política se rige por el paradigma de la bioseguridad, el ciudadano deja de ser un sujeto con derechos y obligaciones y pasa a ser un objeto pasivo de cuidados, controles y sospechas de todo tipo.
Asimismo, señala que dentro de las nuevas dinámicas de control a las que responde este nuevo objeto pasivo está el distanciamiento social. Se pregunta por qué los gobiernos decidieron llamarlo así y no distanciamiento físico o personal, algo que cree sería más cercano al discurso de la lógica de la medicina. Sin irse por las ramas, dice que una comunidad basada en el ‘distanciamiento social’ tiene pocas posibilidades de que sea humana y políticamente vivible.
Agamben está convencido de que la actual emergencia sanitaria, con un tejido social roído, puede ser tomada como el laboratorio donde se preparan las nuevas estructuras políticas y sociales de la humanidad.
Sin duda, lo más interesante en sus reflexiones es la capacidad de pensar más allá de la coyuntura actual. Resulta interesante su cuestionamiento sobre si esta entrega casi religiosa hacia la seguridad sanitaria en algún momento va a poder compensar la pérdida de las relaciones sensibles, del rostro, de la amistad y del amor. “Es legítimo preguntarse si una sociedad así aún podrá definirse como humana”, dice.
Sobre la importancia del rostro en la política vuelve al ensayo titulado ‘El rostro y la máscara’. En este texto sostiene que el rostro es el sitio de la política y que solo mirándose a la cara los seres humanos se reconocen y “se apasionan los unos con los otros, perciben la semejanza y la diversidad, la distancia y la proximidad”.
Las críticas de Agamben están lejos del negacionismo o de las teorías conspirativas. Finalmente, en un mundo donde la ciencia médica está orientando el comportamiento de la vida en Occidente, no está de más que alguien invite a reflexionar con preguntas que no son nuevas pero sí necesarias, como ¿hacia dónde vamos como humanidad?, o ¿qué pasa cuando una sociedad cree solo en la supervivencia?