El 10 de agosto de 1809, marcó el inicio del proceso de Independencia del Ecuador. Ese día fue destituido el Presidente de la Real Audiencia de Quito, Manuel Urriés Conde Ruiz de Castilla, instalándose una Junta Soberana de Gobierno, teniendo como autoridades a Juan Pío Montúfar en el cargo de Presidente de la Junta, José Cuero y Caicedo como Vicepresidente de la Junta.
De inmediato las autoridades españolas dispusieron eliminar la rebelión movilizando tropas desde Guayaquil, Popayán y Pasto con la misión de tomar Quito y acabar con los insurrectos, al ser apresados y condenados, el pueblo de Quito emprendió en acciones para rescatar a los patriotas encarcelados en el Cuartel Real de Lima (actual Museo de Cera), hecho que terminó en la masacre de los próceres el 2 de agosto de 1810 en la que irrumpieron no solo los pobladores de los centros urbanos de Quito, sino también desde las periferias, siendo participes todos los grupos sociales.
Solo una década más tarde, la segunda y definitiva fase por la independencia del país se inició, bajo otras condiciones históricas, en 1820, con la sucesión de pronunciamientos independentistas en Río Verde de Esmeraldas, Guayaquil y Cuenca. Con el apoyo de tropas grancolombianas y sudamericanas (hubo algunos oficiales europeos) y la conducción del general Antonio José de Sucre, la batalla decisiva se libró en Pichincha, el 24 de mayo de 1822.
El proceso de la independencia no puede ser confundido con lo que ocurrió después, al fundarse la república, porque en la lucha emancipadora confluyeron criollos y sectores populares, hombres y mujeres patriotas, guiados por un espíritu de transformación social, que fue apartado cuando las elites de la oligarquía criolla tomaron las riendas del Estado y edificaron un Estado oligárquico. Además, la Revolución que fue pensada en Quito debe ser considerada en la historia mundial como uno de los episodios más importantes en la lucha contra el colonialismo.