El 21 de noviembre de 1921 compareció ante el tribunal para ser juzgado. Ese mismo día se le otorgó el título de Doctora en Medicina con el más alto grado.
La obtención de su título fue un momento culminante en su jornada académica, a pesar de la serie de conductas excluyentes que Matilde debió soportar en su formación secundaria y universitaria.
En efecto, originalmente Matilde -a causa del señalamiento referido en líneas precedentes- no pudo cursar sus estudios universitarios en Quito. Tuvo que trasladarse a Cuenca para obtener la Licenciatura en Medicina en la Universidad del Azuay.
Los años finales de sus estudios médicos los realizó en la Universidad Central de Quito, en donde prestigiosos preceptores, como Isidro Ayora -cultivado en las vertientes del pensamiento ilustrado alemán- la impulsaron para que lograra su cometido profesional que se inició -con similares problemas de desigualdad de género- cuando se vio precisada a enfrentar en su ciudad natal la maledicencia de todos quienes supusieron que las aulas del colegio no debían abrirse para Matilde Hidalgo.
En esta línea de análisis, es necesario advertir que las características de las dos primeras décadas del siglo anterior, corresponden a los tiempos en los cuales se consolidó en nuestro territorio el Estado laico.
Se potenció de manera radical – y no solamente en el campo de las doctrinas políticas, sino en la educación y la salud– el conocimiento de los saberes a partir de las grandes transformaciones que habían logrado el desarrollo de las ideas y la ciencia.
Son las mismas épocas en las cuales el Estado fue puntualizando sus responsabilidades para enfrentar la enfermedad, en cuyo contexto hubo un camino de modificaciones entre el asistencialismo, el higienismo público y los trazos iniciales de la salud pública, asuntos que no pudieron estar lejos de la aprehensión de Matilde.
Pero si bien lo señalado compone el entorno de aquel periodo –contexto que no fue similar en todos los rincones del país– de manera singular debo destacar la influencia de la madre de Matilde, Carmen Navarro Castillo, en su personalidad.
Carmen provenía de un hogar liberal y fue hija de Francisco Navarro, un radical venezolano confrontado con las dictaduras conservadoras. Por ello, tuvo que migrar junto con su familia a nuestro país. En su residencia hubo siempre lecturas –poseían una formidable biblioteca– acordes a la época, lo cual le permitió a la madre de Matilde, nutrirse de la historia contemporánea y de las ideas de renovación.
La circunstancia descrita favoreció, años después, para que Carmen se constituyera en una auténtica preceptora de su hija Matilde Hidalgo Navarro y en un eslabón influyente en la conciencia de la primera médica graduada en la Universidad.
La formación liberal de la madre de Matilde –circunstancia que la pongo nuevamente en primer plano– se vio traducida en la adhesión de ella, y luego de su hijo Antonio, a la causa liberal que emergió triunfante a finales del siglo XIX en nuestro país, y cuyos contextos impactaron, también, en la mentalidad y en la conciencia de Matilde.
Con tal equipaje de ideas y razonamientos, pudo comprender que se había abierto en el Ecuador horizontes de transformación y que las proclamas de igualdad social y de defensa de los derechos debían traducirse, sin pérdida de tiempo –y desde luego en su espacio geográfico– en certezas y no quedar reducidas tan solo al eslogan o a la arenga que, al final de cuentas, pueden esconder las limitaciones del mundo real.
A propósito de lo señalado, la adhesión a la causa liberal de su hermano Antonio fue un punto de inflexión en la vida de Matilde que contribuyó para que ella asumiera determinaciones fundamentales en la conquista de sus derechos individuales.
Sobre esto debió haber conversado en las largas pláticas con Antonio quien, al tener una formación intelectual y artística acrisolada, supo traducir a su hermana sus percepciones con depurado compás y con reiterada emoción.
Así se conjugaron algunos de los factores que enrumbaron los comportamientos de Matilde –su postura inclaudicable por los derechos de la mujer– que deben ser considerados como fundamentales a la hora de reivindicar las luchas de género en el Ecuador republicano del siglo anterior.
En la misma época de la graduación de Matilde Hidalgo Navarro, y precisamente en Loja, habían comenzado a germinar estos ideales en ciertos núcleos de jóvenes intelectuales debido a los cambios sustanciales que ocurrían en México con su revolución iniciada en 1910; a la revolución rusa de 1917 y cuando la conciencia nacional se pulverizó, luego del crimen político en contra de los trabajadores ocurrido en noviembre de 1922, entre otras circunstancias.
En efecto, en la ciudad que vio nacer a Matilde, a propósito de los acontecimientos históricos enumerados, se inició un proceso que lograría consolidar el pensamiento crítico que se expresó, a finales de 1924, en la fundación del “Grupo La Vanguardia” .
Con Pedro Víctor Falconí, Alfredo y José Miguel Mora Reyes, Manuel Agustín Aguirre, Agustín Paladines, entre otros, proclamó la necesidad de un cambio radical en la Patria.
Esa innovación, Matilde Hidalgo Navarro la había comenzado a construir unos años atrás, a la par del surgimiento de un periodo de modificaciones que asecharon la estructura conservadora del país, no solo en su ámbito social y económico, sino en los andariveles que conducían a la comprensión del mundo de aquel entonces.
También, por esta misma circunstancia podemos explicarnos la tenacidad política de Matilde para exigir su derecho al sufragio, en 1924, lo cual la convirtió también en la primera mujer en ejercerlo en el Ecuador.
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