Las autoridades chilenas endurecieron su discurso migratorio, en otros tiempos solidario y receptivo al trabajador extranjero.
La imagen de 87 migrantes, la mayoría venezolanos, subiendo a un avión militar de Chile para ser devueltos a su país hace dos semanas consolidó un giro en la política migratoria del gobierno de Sebastián Piñera, que genera un clima hostil hacia los indocumentados.
Con un Chile que no supera la crisis social de 2019 y en medio de la pandemia de coronavirus, las autoridades endurecieron su discurso migratorio, otrora solidario y receptivo al trabajador extranjero.
Aunque las autoridades chilenas celebren que desde la deportación de febrero bajaron en 92% los ingresos clandestinos por la frontera con Bolivia, el drama sigue con un flujo migratorio que genera hostilidad entre los chilenos.
Muchos ciudadanos de origen venezolano sin papeles reciben insultos y se les niega ayuda en la ruta de altura y clima duro o en las ciudades cerca de la frontera.
La búsqueda de rutas cada vez más inhóspitas por parte de los “caminantes” obedece a fronteras militarizadas y restricciones que imperan en la mayoría de los países de Sudamérica por la pandemia.
“Durante la pandemia han coexistido discursos públicos acogedores de la población migrante y discursos que la estigmatizan”, explicó a la AFP Felipe Gonzáles Morales, Relator Especial sobre los Derechos Humanos de los Migrantes en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Recuerda que la estigmatización puede producirse no solo en el discurso “sino a través de otras acciones, tales como expulsiones llevadas a cabo con aspaviento y con connotaciones criminalizadoras de los migrantes”.
– Los caminantes del Caribe –
Los venezolanos que caminan a Chile, de todas las edades, pero muchos entre 18 y 26 años, son blanco de un rechazo abierto desde que los migrantes con overoles blancos fueron deportados.
En esos días cruzaron hasta duplicar la población de la localidad fronteriza de Colchane, y fueron más de 3.8000 en una semana. Locales denunciaron robos de casas humildes del altiplano chileno y también a camioneros que viajan hacia la frontera con Bolivia.
Entre los caminantes hay familias, muchas mujeres con bebés en brazos, y “los malandros de siempre”. Ellos mismos los reconocen, acusan y lamentan que dañen su reputación
“Ha habido muchos que llegan y entran así no más a las casas y piden un poco prepotentes”, lamenta Hugo González, un señor en el pueblo de Huara, un pueblo del desierto de Atacama.
Dos días después de la mediática deportación, el canciller chileno Andrés Allamand anunció que las vacunas contra el COVID-19 serían solo para chilenos y residentes legales, algo que rectificó en horas el mismo Gobierno.
“Deben estar muy desesperados para llegar con sus niños en brazos por esos lugares, pero Chile no está bien, no tenemos cómo atenderlos. No nos van a alcanzar las vacunas”, dijo a la AFP Pedro Pérez, ingeniero minero de 44 años, haciéndose eco de un comentario que se repite.