Después de que asesinaran a uno de los miembros de su familia, a finales de 2023, Josseline, su madre, su exesposo, su hermana menor y sus tres hijas decidieron emprender el camino hacia Estados Unidos, como tantos otros miles de ecuatorianos que huyen de la violencia y la pobreza. Un grupo de delincuencia organizada quería reclutar a la familia para que vendieran droga, al sur de Guayaquil. Tuvieron que cambiarse de casa e incluso dos de las hijas dejaron de estudiar. Y, cuando la situación se volvió insostenible, la hermana de Josseline, que vive regularmente en Estados Unidos, consiguió el dinero para ayudarlos.
Así, empezaron el trayecto el 6 de enero, con un viaje en avión hasta El Salvador, nuevo punto clave en la ruta de quienes intentan llegar hasta el norte del continente. Desde ahí, avanzaron por tierra, sin embargo, como cientos de otros migrantes de distintos países, tuvieron que enfrentarse a los peligros del camino. En Guatemala perdieron los fondos que tenían para el trayecto, a manos de las autoridades migratorias, que no dudan en aprovecharse de los viajeros irregulares, dice.
Pero ya en México pasaron la peor parte. Al trasladarse por su cuenta, tuvieron que improvisar ante las dificultades del éxodo. En Ciudad Juárez, Josseline prefirió mandar a los demás miembros de su familia en un vehículo con otros migrantes, hacia el norte del país, y ella continuar a pie. Esa fue la última vez que se vieron en persona. Los cinco miembros de la familia fueron detenidos por las autoridades de migración y devueltos al sur del país. Y, al no tener contactos ahí, ni un consulado ecuatoriano al que recurrir, les tomó varias semanas regresar al norte de México. Mientras tanto, Josseline decidió seguir avanzando hacia Estados Unidos, para intentar conseguir trabajo y, al mismo tiempo, ayudar a su familia a terminar el trayecto. Se entregó a las autoridades migratorias en la frontera y, desde hace dos meses y medio, está en un refugio en el estado de Nueva York.